El Chino bueno y el Chino malo


A una cuadra de donde vivo tenemos un “chino”. Para los desprevenidos, así llamamos por acá a los supermercados cuyos dueños (o al menos quienes parecerían serlo) son de origen oriental. Porque no importa de qué país asiático descienda, basta la sola condición de tener ojos rasgados para que lo apodemos simplemente “el chino”. Justamente este “chino” es taiwanés, de nombre indecifrable al que llamamos “Juan”, supongo que por alguna similitud fonética y sin dudas mucho más facil de recordar por estas tierras. Juan se convirtió con el tiempo en el proveedor del barrio por ser una gran alternativa a las grandes cadenas de supermercados. Muchos de sus precios eran un poco más altos, pero nos solucionaba el problema de las compras diarias, compensando el tiempo perdido en ir hasta un hipermercado por unos packs de leches, verduras o productos de almacén. Juan contrató siempre empleados no orientales, nunca le pregunté por qué. Solo en las cajas atienden sus familiares, todos hablando en un correcto español. Ir a comprar algo a lo de Juan es un momento agradable. Ya en la entrada tenés tu “buen día”, “¿todo en orden?”, “mucho frío, ¿no?”, pasando luego por los angostos pasillos entre góndolas donde el repositor Elvis, fanático de River Plate, me suelta alguna broma sobre el partido que dejó a mi equipo Boca Juniors fuera de la Copa Libertadores. “Fijate que puse la bebida que le gusta a tu mujer”, me advierte, sabe que ella suele comprar esa marca. Llegando al fondo están las heladeras, siempre ordenadas, limpias y encendidas, para terminar el recorrido en los pequeños sectores de fiambrería, carnicería y verdulería.

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