Solo se recupera un 25% del plástico que utilizamos, según un informe de Greenpeace, que apremia a reducir el consumo como mejor alternativa
Bebidas, yogures, cubertería, salsas, bandejas de fruta, botes de champú o de jabón para el lavaplatos… La ubicuidad del plástico no deja parcelas cotidianas sin tocar. Desde hacer la compra hasta tomar algo, pasando por la higiene personal. La cantidad que usamos es desproporcionada. Sus consecuencias, dramáticas. Y ni siquiera el reciclaje parece una solución. Según Greenpeace, solo un 25% de lo que consumimos se recupera. “Es un sistema insuficiente. Debemos cambiar los hábitos”, esgrimen desde la organización ecologista.
Para llegar a esta conclusión han necesitado años de estudio y cotejar información de diferentes fuentes. Muestran los resultados en el informe Maldito Plástico. Reciclar no es suficiente, disponible desde hace unos días. “La investigación pone de manifiesto que no existen datos suficientemente auditados por las administraciones, fiables y comparables entre sí, que permitan acercarnos a la realidad del problema”, aducen en el documento, que forma parte de una campaña con talleres para escolares donde ven el ciclo completo de este material o convocatorias de recogida pública de basura.
“Hay una falta de transparencia que obedece a una estrategia para no conocer la magnitud del problema”, enunció el responsable de la iniciativa, Julio Barea, durante la presentación en Madrid el pasado jueves. Tanto el Estado como las empresas, agregó, tienen dificultades para medir el impacto y, por tanto, se produce “un baile de cifras”. Basándose en el barómetro sobre reciclaje de la ONG Ecoembes (que sitúa el reciclado de plástico en un 77%) o en lo divulgado por el Ministerio para la Transición Ecológica en 2016 (que lo rebaja al 38%) y comparándolo con estudios independientes de ayuntamientos, Greenpeace ha resaltado el desacuerdo en los números, que favorece a las envasadoras. “Por ley, tienen la obligación de aportar una cantidad por cada producto que se ponga en el mercado para financiar la gestión de sus envases, pero lo que hacen —y se les permite— es pagar lo que supondrá el trabajo de recogida, ahorrándose el coste real”, apuntan en la memoria.
Barea detalló también algunos pormenores del proceso. Lo primero, distinguir entre reciclaje y recuperación. Son unos conceptos que denominan lo que da paso a elaborar algo nuevo o lo que simplemente se salva de terminar en una basura común. En este sentido, España separó en vertederos 787.000 toneladas de envases plásticos e incineró 172.000, un 63% del total. No se incluyen aquí las 282.000 toneladas de residuos que se exportan y los que no tienen una garantía plena de reciclaje. En esta categoría entran productos que no están considerados envases —como las cápsulas del café y los cartuchos de impresora— o los objetos de menos de 10 centímetros, que esquivan el objetivo de las máquinas. Tampoco entran otros envases complejos que contienen PVC o alguna pegatina.
“A pesar de que las empresas envasadoras, distribuidoras y grandes superficies tienen la obligación legal de recuperar y reciclar el 100% de los envases vendidos, vemos que esto no sucede”, insistió Barea, “es un ahorro para ellas, pero un sobrecoste para la ciudadanía, que tiene que pagar la recuperación y tratamiento de estos recursos”. Celia Ojeda, responsable de consumo, expresó a su lado el hartazgo de la asociación porque “no se tomen en serio este tema” y resaltó que un 10% de envases son de un solo uso.
Jesús Pérez, técnico experto en residuos, enumeró durante la charla algunos datos expuestos por el Ministerio para la Transición Energética. Por ejemplo, que en el territorio nacional se generan 1,5 millones de toneladas de envases plásticos para 92 plantas de reciclaje o que por la vía de los contenedores amarillos no se recupera ni el 50%. Pérez desgranó también algunos porcentajes que defienden ayuntamientos como Madrid o Barcelona y subrayó cómo en ocasiones hay una enorme diferencia entre lo que estos dicen y lo que anotan las empresas. “Vemos disparidad de resultados de hasta un 80%, algo muy significativo para decir que nos enfrentamos a un fraude muy alto”, zanjó.
En este “fraude” entran también actividades como el envío de nuestros residuos al extranjero. “Se exportan a Malasia o Vietnam y se queman. Antes era China, pero dejó de aceptar productos desvalorizados, mezclados, y los nuevos destinos son esos”, señaló Julio Barea. Esto implica una enorme contaminación atmosférica, por la libración de dióxido de carbono, y de ríos y océanos, donde desembocan anualmente hasta 12 millones de toneladas. Una catástrofe que supone la muerte de aves, peces o tortugas por la ingesta de bolsas y la existencia de microplásticos (partículas de menos de cinco milímetros que se han formado por la degradación) en carne, pescado o hasta la sal de mesa. “Y el último animal de la cadena trófica somos nosotros”, recordaron, alegando que cuando ya nos toca a los seres humanos empezamos a poner soluciones.
“Vemos que el sistema de contenedores no funciona”, remachó Barea, que insistió en que la campaña es una llamada de urgencia. “No hay más tiempo que perder”, afirmó. La receta: un método de recogida puerta a puerta, como en algunas otras naciones, o, principalmente, una perspectiva opuesta a la manera actual de consumir. “Debemos cambiar radicalmente nuestro consumo”, alertó. Las medidas a tener en cuenta serían, según el informe, el rechazo al ‘usar y tirar’ o a los productos que vengan de lejos —“donde ni las condiciones laborales ni los estándares ambientales están garantizados”—, potenciar la reutilización, fomentar la compra a granel y los envases reutilizables, aprovechar los recursos o incentivar el trueque.
La culpa de este panorama, argumentaron, es de las grandes empresas y de la laxitud legislativa. “Están queriendo responsabilizar a la ciudadanía”, protestó Barea, “cuando son ellos los que deben poner cartas en el asunto”. En el estudio se hace hincapié en la supresión de envases ‘monodosis’ o de la incineración en plantas de reciclaje. “Se detectan riesgos para las poblaciones situadas cerca (cinco kilómetros) de muerte por cánceres, tanto en hombres como en mujeres”, escriben.
Ante estas acusaciones, la directora de comunicación de Ecoembes, Nieves Rey, indicó ese mismo día que la tesis “se trata de una ensalada de datos”. “No se corresponde con la realidad y tira por tierra el esfuerzo realizado en concienciación ciudadana durante muchos años”, rebatió. La responsable de la organización calificó de “gravísima responsabilidad” el hecho de “confundir a la ciudadanía con mentiras como que no se recicla todo lo que entra en el contenedor amarillo” y negó el envío de basura a Malasia. “Ningún material que haya salido de las plantas de selección de envases del contenedor amarillo ha sido exportado jamás a ese país”, expresó, “y si es así que lo demuestren con pruebas”.
Fuente: El País
Un cangrejo permanece atrapado en un vaso de plástico en el mar en el Pasaje de Isla Verde en Filipinas el pasado 7 de marzo de 2019.
Bebidas, yogures, cubertería, salsas, bandejas de fruta, botes de champú o de jabón para el lavaplatos… La ubicuidad del plástico no deja parcelas cotidianas sin tocar. Desde hacer la compra hasta tomar algo, pasando por la higiene personal. La cantidad que usamos es desproporcionada. Sus consecuencias, dramáticas. Y ni siquiera el reciclaje parece una solución. Según Greenpeace, solo un 25% de lo que consumimos se recupera. “Es un sistema insuficiente. Debemos cambiar los hábitos”, esgrimen desde la organización ecologista.
Para llegar a esta conclusión han necesitado años de estudio y cotejar información de diferentes fuentes. Muestran los resultados en el informe Maldito Plástico. Reciclar no es suficiente, disponible desde hace unos días. “La investigación pone de manifiesto que no existen datos suficientemente auditados por las administraciones, fiables y comparables entre sí, que permitan acercarnos a la realidad del problema”, aducen en el documento, que forma parte de una campaña con talleres para escolares donde ven el ciclo completo de este material o convocatorias de recogida pública de basura.
“Hay una falta de transparencia que obedece a una estrategia para no conocer la magnitud del problema”, enunció el responsable de la iniciativa, Julio Barea, durante la presentación en Madrid el pasado jueves. Tanto el Estado como las empresas, agregó, tienen dificultades para medir el impacto y, por tanto, se produce “un baile de cifras”. Basándose en el barómetro sobre reciclaje de la ONG Ecoembes (que sitúa el reciclado de plástico en un 77%) o en lo divulgado por el Ministerio para la Transición Ecológica en 2016 (que lo rebaja al 38%) y comparándolo con estudios independientes de ayuntamientos, Greenpeace ha resaltado el desacuerdo en los números, que favorece a las envasadoras. “Por ley, tienen la obligación de aportar una cantidad por cada producto que se ponga en el mercado para financiar la gestión de sus envases, pero lo que hacen —y se les permite— es pagar lo que supondrá el trabajo de recogida, ahorrándose el coste real”, apuntan en la memoria.
Barea detalló también algunos pormenores del proceso. Lo primero, distinguir entre reciclaje y recuperación. Son unos conceptos que denominan lo que da paso a elaborar algo nuevo o lo que simplemente se salva de terminar en una basura común. En este sentido, España separó en vertederos 787.000 toneladas de envases plásticos e incineró 172.000, un 63% del total. No se incluyen aquí las 282.000 toneladas de residuos que se exportan y los que no tienen una garantía plena de reciclaje. En esta categoría entran productos que no están considerados envases —como las cápsulas del café y los cartuchos de impresora— o los objetos de menos de 10 centímetros, que esquivan el objetivo de las máquinas. Tampoco entran otros envases complejos que contienen PVC o alguna pegatina.
“A pesar de que las empresas envasadoras, distribuidoras y grandes superficies tienen la obligación legal de recuperar y reciclar el 100% de los envases vendidos, vemos que esto no sucede”, insistió Barea, “es un ahorro para ellas, pero un sobrecoste para la ciudadanía, que tiene que pagar la recuperación y tratamiento de estos recursos”. Celia Ojeda, responsable de consumo, expresó a su lado el hartazgo de la asociación porque “no se tomen en serio este tema” y resaltó que un 10% de envases son de un solo uso.
Jesús Pérez, técnico experto en residuos, enumeró durante la charla algunos datos expuestos por el Ministerio para la Transición Energética. Por ejemplo, que en el territorio nacional se generan 1,5 millones de toneladas de envases plásticos para 92 plantas de reciclaje o que por la vía de los contenedores amarillos no se recupera ni el 50%. Pérez desgranó también algunos porcentajes que defienden ayuntamientos como Madrid o Barcelona y subrayó cómo en ocasiones hay una enorme diferencia entre lo que estos dicen y lo que anotan las empresas. “Vemos disparidad de resultados de hasta un 80%, algo muy significativo para decir que nos enfrentamos a un fraude muy alto”, zanjó.
En este “fraude” entran también actividades como el envío de nuestros residuos al extranjero. “Se exportan a Malasia o Vietnam y se queman. Antes era China, pero dejó de aceptar productos desvalorizados, mezclados, y los nuevos destinos son esos”, señaló Julio Barea. Esto implica una enorme contaminación atmosférica, por la libración de dióxido de carbono, y de ríos y océanos, donde desembocan anualmente hasta 12 millones de toneladas. Una catástrofe que supone la muerte de aves, peces o tortugas por la ingesta de bolsas y la existencia de microplásticos (partículas de menos de cinco milímetros que se han formado por la degradación) en carne, pescado o hasta la sal de mesa. “Y el último animal de la cadena trófica somos nosotros”, recordaron, alegando que cuando ya nos toca a los seres humanos empezamos a poner soluciones.
“Vemos que el sistema de contenedores no funciona”, remachó Barea, que insistió en que la campaña es una llamada de urgencia. “No hay más tiempo que perder”, afirmó. La receta: un método de recogida puerta a puerta, como en algunas otras naciones, o, principalmente, una perspectiva opuesta a la manera actual de consumir. “Debemos cambiar radicalmente nuestro consumo”, alertó. Las medidas a tener en cuenta serían, según el informe, el rechazo al ‘usar y tirar’ o a los productos que vengan de lejos —“donde ni las condiciones laborales ni los estándares ambientales están garantizados”—, potenciar la reutilización, fomentar la compra a granel y los envases reutilizables, aprovechar los recursos o incentivar el trueque.
La culpa de este panorama, argumentaron, es de las grandes empresas y de la laxitud legislativa. “Están queriendo responsabilizar a la ciudadanía”, protestó Barea, “cuando son ellos los que deben poner cartas en el asunto”. En el estudio se hace hincapié en la supresión de envases ‘monodosis’ o de la incineración en plantas de reciclaje. “Se detectan riesgos para las poblaciones situadas cerca (cinco kilómetros) de muerte por cánceres, tanto en hombres como en mujeres”, escriben.
Ante estas acusaciones, la directora de comunicación de Ecoembes, Nieves Rey, indicó ese mismo día que la tesis “se trata de una ensalada de datos”. “No se corresponde con la realidad y tira por tierra el esfuerzo realizado en concienciación ciudadana durante muchos años”, rebatió. La responsable de la organización calificó de “gravísima responsabilidad” el hecho de “confundir a la ciudadanía con mentiras como que no se recicla todo lo que entra en el contenedor amarillo” y negó el envío de basura a Malasia. “Ningún material que haya salido de las plantas de selección de envases del contenedor amarillo ha sido exportado jamás a ese país”, expresó, “y si es así que lo demuestren con pruebas”.
Fuente: El País